jueves, 7 de abril de 2011

Pregúntale a Lovely Rita

En esta entrega, nuestra mejor colaboradora y por supuesto la única pagada (los editores en cada número tienen que tronarse las manos para ver cómo le hacen con su sueldo) nos habla en su columna de los viejos tiempos. A Lovely Rita le gana la nostalgia, y aunque responde con precisión las preguntas más frecuentes que día a día llegan al correo de Aguja al Norte, no puede desprenderse de sus viejos amores. Sin más, presentamos la columna de nuestra hermosa columnista, que es de todos y de nadie: Lovely Rita.

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Querida Lovely Rita, estoy enamorada del novio de mi mejor amiga, y de hecho, creo que él también me quiere. ¿Qué puedo hacer?... Querida Lovely Rita, me encanta ver películas francesas y me han hecho creer que no sólo está bien espíar a mi vecina de una manera enfermiza, sino que incluso es algo chic; ahora tengo una citación de la policía en el buzón que me da miedo abrir. ¿Qué puedo hacer?... Querida Lovely Rita, no se me para. ¿Qué puedo hacer?... Querida Lovely Rita ¿Qué tienes contra la minificción? Yo creo que La minificción es el género literario más reciente y complejo, el más irónico y experimental. Es un género serial, que dialoga con la escritura literaria y extraliteraria. Cada minificción es una maquinaria textual que propone una manera de releer lúdicamente la historia de la literatura. En el siglo XXI es natural interpretar o reinterpretar novelas o cuentos como una serie de minificciones. ¿Qué puedo hacer?

Esa son la clase de lloriqueos, algunos más validos que otros, que día con día llegan por toneladas al escritorio de la redacción, protegidos por cursis cartas perfumadas y llenas de pegatinas de corazóncitos y personajes de Sanrio, invariablemente dirigidas a mi maravillosa persona. A veces, en la desesperación, pienso en dar a todos la misma respuesta: sweetie, you're sutch a bitch!

Yo sé que ya no soy la de entonces, ahora vieja (aunque no amargada, pues no me faltan pretendientes), el ritmo de la vida me parece ahora distinto, las nuevas generaciones, o son más torpes o más pretenciosas (mira, Octavio, que en eso si te ganan, tú tan mamoncito que eras), y a veces creo que ya no puedo seguir. Soy una conservadora recalcitrante en un mundo de jovencitos que se creen que acaban de descubrir el hilo negro y no saben ni atarse los zapatos.Sin embargo me contengo. No quiero mentir, el enorme salario que los editores de Aguja al Norte tienen el gusto de pagarme sirve mucho de aliciente, pero también algo dentro de mi se revela. Algo pequeño y secreto en mi corazón de consejera me recuerda, día con día, contra la adversidad y las preguntas más tontas, me recuerda porqué empecé en este negocio. Dentro de mi aún sobrevive esa jovencita seductora que se escapó de una escuela jesuita para ayudar a los necesitados, a los afligidos, los sin rumbo, con mi don natural del consejo adecuado y pronto, con mi frase incisiva y don de mando. Pienso en todas esas vocecillas que alguna vez se me presentaron desesperadas en busca de un adjetivo perfecto, de una dirección en la vida. Adolescentes sin nombre que hoy engalanan las letras mexicanas que no podían pagar más que con sus trémulos amores. ¡Ay, Octavio! Tu melenuda cabeza, tu acento de niño bien de Mixcoac. ¿Qué se hicieron tus restos mortales, tus imitadores transidos de mala poesía? ¡José Emilio! Y pensar que me dejaste por la pelafustana esa, que no sabe ni escribir una oración simple.

¡Ay, Aguja al Norte! Ni como desquitar lo que me pagan con ésta melancolía enquistada en el bajo vientre. Vayamos pues a las preguntas, contestaré rápido e implacable, como era Eduardo Lizalde en la cama antes de la babosada esa del poeticismo.

1.- No seas canija, obviamente no es tu mejor amiga ni el tipo ese te gusta. Eres más transparente que una medusa en el acuario de un restaurante chino. Entonces, se acabó el dilema.

2.- Ya sabes que eso te pasa por pervertido. Quitate los lentes de pasta, sal de Ciudad Satélite y compórtate como un hombrecito.

3.- Ve a un doctor, a un terapeuta, caray, no entiendo la pasividad de la gente.

4.- NO MAMES.

Y así, sin más, sacando fuerza de flaqueza, es que logro concluir ésta columna. Pero los teléfonos ya están sonando con nuevas dudas y el cartero me espera en algún callejón oscuro, para endilgarme todas esas cartas que rechazo, como si fuera un auditor de Hacienda. No, no hay descanso para las almas grandes, generosas y sencillas como la mía.

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